divendres, 16 d’abril del 2010


La magia de Silva vale una Champions para el Valencia

El Valencia volvió a pegar un arreón rumbo a la Champions y éste puede ser ya el definitivo. Y lo hizo agarrándose a la magia de uno de sus jugones, David Silva, el valencianista, con camiseta valencianista y corazón valencianista, que liquidó al Athletic con dos goles, uno de oficio y otro de artista, albañil y delineante, paleta y arquitecto. El canario marcó la diferencia, realmente fue la calidad la que marcó la diferencia; la de Silva es evidente, pero también la de Vicente y Joaquín, tres elementos de los que no tiene el Athletic, demasiado plano, timorato a ratos e impotente.

Los de Caparrós no dieron sensación de poder pelear por la cuarta plaza, aunque están a cuatro puntos, y si siguen con su nefasta racha como visitantes, estarán condenados a mirar hacia atrás para no perder su plaza de Europa League.

El Athletic no supo jugar con los nervios del Valencia desde el principio y lo puso demasiado fácil. Regaló la primera mitad, en la que ni disparó a portería ni examinó a la zaga de circunstancias de los locales. Y fue así porque los ches le metieron más intensidad, fueron a por el partido de verdad y contaron con un gran Vicente, la mejor noticia de la noche para los locales. Entre el de Benicalap, Villa y Silva, volcaron el campo hacia la izquierda y eso que Llorente, en sus dos duelos con Albelda, salió ganador, pero los de Caparrós no incidieron en esa vía de agua.

Mientras, Banega y Baraja se adueñaban de la sala de máquinas y los ataques valencianistas terminaban en una sucesión de córners que parecían contentar a los vizcaínos, sabedores de su superioridad aérea. Pero en el pecado llevaron su penitencia y, un año más tarde, Silva tumbó el muro rojiblanco tras un saque de esquina que tocaron hasta tres ches dentro del área.

César.

Se esperaba algo más del Athletic, pero el guión no varió porque César, impresionante, evitó el empate de Llorente. El de Coria repitió su papel de salvador a disparo de Susaeta, pero en medio estuvo lo mejor del partido, el 2-0 de Silva. Joaquín le mandó un regalo al corazón del área y el canario le puso el lazo final con la sutileza de su zurda.

dijous, 15 d’abril del 2010

Al Barcelona no le hizo falta recurrir a la exhibición para despachar al Madrid en un partido profesional y práctico. Al Madrid y, seguramente, la Liga entera. Pellegrini fue un quiero y no puedo frente a Guardiola. Quiso quitarle el balón y no pudo.

El balón, para el Madrid, es un problema. Y cuando se encuentra con equipos como el Barcelona, tener la pelota es como salir en cueros a la calle. Por eso el Barça no gastó demasiado combustible en desactivar a un rival menor. Lo esperó sin descomponerse, le jugó al fallo y si no lo trituró antes fue porque tampoco se vio en la necesidad imperiosa de darse un atracón. Bastaba con ganar el partido para ganar la Liga.

Cuando el Madrid disfrutaba de una superioridad ficticia, apareció Messi. Hizo un pequeño juego de prestidigitación -nada por aquí, nada por allá- y se quedó sólo delante de Casillas, a quien ejecutó con limpieza. El Madrid no entró en depresión pero tampoco en combustión. Alcanzó el descanso con la esperanza de que Pellegrini hiciera algo para sacudir el muermo.

El chileno no hizo nada. O, al menos, nada que no se esperase. Sacó a Guti y luego a Raúl y a Benzemá para que sus jefes no le hicieran reproche alguno. Guardiola, sin embargo, movió el equipo como quien se aburre haciendo el cubo de Rubik y lo repite treinta veces. Pedrito hizo el segundo y Messi pudo haber hecho un par de ellos más. Casillas se empeñó en que no se llevara el balón a casa.

El partido fue muriendo entre la impotencia del Madrid y la placidez del Barça. Ni siquiera parecía un clásico. Parecía uno de esos trámites que el Barça resuelve en el Camp Nou entre partido europeo y partido europeo. Demasiado simple.